domingo, 22 de febrero de 2009

El sueño de Ana

Como cada día a las cinco de la tarde Ana se asoma a la ventana. Desde pequeña, religiosamente realizaba la misma operación, veía pasar a la gente y era el momento del día más feliz, todo lo demás era secundario. Sin embargo, esta tarde se presenta lluviosa y gris y no puede evitar contagiarse de la tristeza del día.
Tranquilamente se va durmiendo mientras oye a lo lejos la lluvia caer. De repente se despierta sobresaltada; su corazón le da un vuelco y siente unos deseos irreprimibles de salir a la calle y tocar la lluvia, seguro era fresca y aunque su madre luego le llamase la atención, en este momento deseaba tanto que el agua cayera por su pelo y su cara – dicen que si te cae agua de lluvia sobre la cabeza, el pelo te crece muy, muy, muy rápido -, olerla que no pudo resistirse.
Hubo un impulso interior que le salía del estómago, creía que se salía el corazón. Salió corriendo de la habitación, bajó las escaleras, abrió la puerta, atravesó el jardín y salió a la calle. Llovía a cántaros, desde el interior de la casa las imágenes se divisaban borrosas, a rayas blancas que irrumpían los coches restándole color.
Ana, mientras tanto, daba vueltas con su camisón de flores disfrutando del agua, “qué fría, dios mío, casi no puedo respirar, se me están congelando los pies; aguanto un ratito más y me vuelvo”. Pero en el preciso momento de querer volver a casa, sentía que le pesaban las piernas cada vez más y más, más y más, más y más, la casa le parecía más lejana. Luchaba por llegar al portón y cada paso era inmensamente pesado y forzoso. “Me estoy helando de frío; mamá!!! Mamá!!! Ayúdame, no sé qué me pasa, no puedo andar!!”.
“Ana, Ana, cariño, ¿qué ocurre?”. “¿Qué? Ohh, me he quedado dormida y he soñado que iba corriendo hacia la calle y que llovía y olía y tocaba el agua mojada sobre mi piel, pero luego de repente otra vez no podía andar. Mamá, quiero que me bajes a ver la lluvia, acompáñame por favor!!”.
Esto conmovió mucho a su madre. Juntas decidieron que a partir de entonces disfrutarían a su modo, con o sin dificultades, de todos los momentos del día ya estuviese el día gris o soleado. A partir de ahora Ana no vería el agua caer desde la ventana, sino que vería el agua caer debajo de un paraguas.
No todas las dificultades necesariamente tienen que marcar límites.